martes, 20 de abril de 2010

Kurt



Noventa tipos trajeados frente al Colegio de Abogados de Buenos Aires.
Llenan la ancha vereda de la Avenida Corrientes, copan la esquina. Atravieso la marabunta gris, y mis prejuicios me hacen adivinar detrás de las sonrisas y las muecas, el folclor canallesco de esta fauna: el tongo, el arreglo, la rosca.
Una pareja de doctores en leyes se despega y se me adelanta. Son jóvenes, y me los imagino mucho más deleznables que las caricaturas que acabo de recrear: ambiciosos, fríos, cínicos, sin alma. Sin siquiera los yeites, al fín de cuentas, entrañables del típico cuervo criollo.
Escucho fragmentos de su diálogo: "...y llevan el pin del Colegio de abogados, como si fuera la corte romana, y fueran una especie de Cicerón. Creen que los abogados son aún algo importante, y no un pedazo de mierda de este engranage espantoso."- Le decía uno a otro.
Coincidimos en una librería, adentro había dos óleos de López Claro.