domingo, 8 de marzo de 2009

Donald McRonald.



Es un camino secundario que va derivando en otro y después en otro. Las nubes de polvo van dejando lugar a chirlas salpicaduras a los costados del auto, a medida que me acerco a la laguna. Al final, el camino agoniza y desaparece en una huella pisoteada en el pasto verde. Tras bajar, y después del estiramiento de piernas de rigor, me pongo el traje de agua, me cargo al hombro mi Browning Gold con dos caños de 28 pulgadas, y me meto al agua. Mis dedos acarician las filigranas grabadas a los lados de la escopeta, impacientes. Sobre el agua planchada y parcialmente cubierta de camalotes se alza una leve vaporosidad que solo me deja ver los patos cuando estoy a pocos metros. Sumarán unos cien, más algunas garzas. Al frente hay uno muy simpático, voy por el.